POEMA PARA ALFONSO

 

Venid, versos, conmigo,  

que nos vamos a los montes,

a la sierra y los caminos,  

por los que anda ya eternamente él,  

aquel niño.  

LLevémosle la poesía,

para que le quite el miedo,

para que le quite el frío

y arrope con las palabras del alma

su cuerpecito campesino,

que llora por las cañadas

un destino inmerecido,

mientras sueña en la negra noche,

con mundos desconocidos.

Ayúdame tú, poesía,

a encontrar aquel camino

por el que hoy su alma vieja

camina en zapatos de niño.

Sé que allí están sus ojos,

mirando hacia el infinito.

Sé que allí está su voz,

cantando entre los olivos.

Sé que allí su cuerpo

tan cansado,

se ha hecho cuerpo de niño,

y juega con las espigas

entre los dorados trigos.

Entra, Poesía, en la tierra,

habla con las raíces de los árboles,

hoy florecidos,

libera el quejido de esta primavera

que llora deconsolada,

sin saber aún qué ha perdido.

Venid, versos, conmigo

traed el mensaje a sus campos,

tan amados y añorados,

de que al fin volvió el pastor niño,

al sitio que siempre quiso,

ligero de equipaje, como el poeta,

y sin embargo,

pleno de sueños cumplidos.

En un recodo del camino,

dejó sus zapatos de hombre,

del gran hombre que ha sido,

y de nuevo, alegre,

se hizo huellas de niño

para seguir andando,

eternamente,

por sus paisajes queridos.

Vuelve al hogar sin techo,

y contando estrellas se duerme

acostado allá en la era,

felíz, sereno, tranquilo;

oliendo, tocando, sintiendo

la esencia de su ser,

con su tierra ya fundido.

Aires de abril, ahora eterno,

recoged mis versos,

y extendedlos como un manto

sobre sus campos amigos.

Y llevadme junto a él,

regaládmelo un ratito.

Que quiero cojer su mano

para mirar con mis ojos

sus mundos.

Que quiero ver lo que él ha visto.

Venid, versos, conmigo.

Por el amor que os profeso,

hacedme este regalo,

Él, la Poesía y yo, siempre unidos.

 

 

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Para un alma de poeta, la de Alfonso Muñoz, 

de un alma rota, la de su hija Teresa.